sábado, 18 de septiembre de 2010

¿Qué está haciendo Dios en el mundo?

Hay una obvia pretensión en el intento de escribir acerca de “lo que Dios está haciendo en el mundo”. Tal pretensión podría ser apropiada en el mundo de “dioses y héroes”, pero no en el mundo del tiempo y el espacio y las cosas. Este análisis de lo que Está envuelto el pensamiento cristiano acerca de la ética, sin embargo, no pretende tener información revelada. No es por directa iluminación divina, sino por razón del carácter contextual de la actividad autoreveladora de Dios en la Iglesia, entendida dialécticamente, por lo que nos aventuramos a embarcarnos en las consideraciones de este capítulo. Will Rogers, celebrado humorista norteamericano del primer cuarto de este siglo, acostumbraba decir: "Todo lo que sé es lo que leo en los periódicos". Aspi también, todo lo que aquí se pretende sber sobre lo que Dios está haciendo en el mundo es lo que leemos en la Biblia así como "en los periódicos". La lectura de los periódicos puede o no requerir también la lectura de la Biblia. Pero por cierto una lectura perceptiva de la Biblia exige también la lectura de los periódicos. Contemporánea del dicho de Will Rogers es la observación del teólogo más celebrado de este siglo (Karl Barth) de que "aquien esté deseoso de entender la epístola a los Romanos, se le recomienda leer mucha literatura secular contemporánea ¡especialmente los períodicos!" (...)
¿Qué, pues, está haciendo Dios en el mundo? La respuesta a esta pregunta, hemos estado diciendo, se intenta fuera de la koinonía, pero sólo es sensible desde adentro de esta. Desde adentro de la kononía tiene sentido decir que lo que Dios está haciendo en el mundo es su voluntad. Tiene sentido, porque en la koinonía la voluntad de Dios no es un piadoso lugar común, sino una clara y concreta cuestión de política. En breve, “el Dios de la Iglesia” ‘es’ el Dios de la política.” (…)
Cuando decimos, pues, que Dios es un político, y que lo que está haciendo en el mundo es “hacer política”, tenemos en mente la definición aristotélica y la descripción bíblica de lo que está haciendo. Según la definición, podemos decir que política es la actividad y la reflexión sobre la actividad, que tiene a y analiza lo que cuesta hacer que la vida humana se mantenga humana en el mundo. (…)
Esta es la suma y sustancia de la política de Dios. La koinonía cristiana es la anticipación y la señal en el mundo de que Dios siempre ha estado y está haciendo contemporáneamente lo que es necesario para hacer y mantener humana, la vida humana. Esta es la voluntad de Dios, ‘como era en el principio, es ahora, y habrá de ser, eternamente’.”

Paul Lehmann, Extracto del artículo: “Qué está haciendo Dios en el mundo”, Cuadernos teológicos, Año X, Nro. 4, octubre-diciembre de 1961, pp. 243 ss. Son pocos los abordajes en los que se “define” la acción de Dios en la historia como una acción “política”. Aportamos este texto como un punto de partida para una reflexión sobre el tema, sobre todo porque en las últimas décadas en el ámbito evangélico latinoamericano, la “política” que clásicamente fue un ámbito poco abordado, no faltando quienes lo atribuían “al diablo” pasó a ser una esfera en la cual muchos quieren insertarse.
Lehmann fue un destacado teólogo protestante estadounidense que participó activamente en la política, oponiéndose al McCarthismo. Estudió con Reinhold Niebuhr y Karl Barth y fue amigo de Dietrich Bonhoeffer. Sus mayores contribuciones fueron en el campo de la ética contextual. El extracto del artículo es parte del capítulo III de su libro: La ética en el contexto cristiano, Montevideo: Editorial Alfa, 1968 cuyo título es en forma de pregunta: “¿Qué está haciendo Dios en el mundo?” En la versión de Cuadernos teológicos faltan los signos de interrogación.
AFR
Ramos Mejía, 18 de septiembre de 2010

martes, 14 de septiembre de 2010

La presencia de Karl Barth en Latinoamérica - Emilio Castro

Podemos y debemos distinguir entre dos presencias de Barth en Latinoamérica, la una de índole filosófica, la otra teológica. Miguel de Unamuno, el gran filósofo español, descubrió a Barth para el mundo hispánico, citándolo y poniendo así su nombre y algo de su pensamiento al alcance de nuestros intelectuales. Asimismo en España, en la Revista de Occidente, de gran circulación entre los medios universitarios latinoamericanos, publicó Ortega y Gasset algunos artículos sobre la persona y pensamiento de Barth. En Latinoamérica misma, la primera mención en idioma español la tenemos en la revista filosófica evangélica mejicana Luminar en el año 1938, donde se publica traducida del francés una polémica entre Blondel y Maury sobre la posición negativa de Barth en relación a la filosofía. Salvo las menciones de Unamuno, en quien se mezcla el hombre religioso, el teólogo y el filósofo, todas estas referencias a Barth se inclinan a considerarlo como parte de la reacción Kierkegaardiana contra el idealismo Hegeliano, es decir en su aspecto filosófico, en la aparente radicalidad de su negación de todo filosofar humano.
En los últimos años este aspecto ha venido a ser redescubierto en las universidades argentinas, en algunas de cuyas facultades se han dado conferencias sobre el pensamiento barthiano, si bien siempre con la dificultad de querer interpretar como filósofo a un teólogo. Al parecer quienes mejor lo entienden son los representantes del neotomismo, que lo conocen a través de las obras de Von Balthasar y Hamer. Sin embargo siempre existe la tendencia a colocarlo en la línea del existencialismo –sea éste teológico o filosófico. Tal es así (sic) que en 19454 aparece en Buenos Aires un libro del profesor Vicente Fatone, en el que Barth aparece en una misma línea junto a Heidegger, Sartre, Marcel y otros.
La presencia teológica de Barth se remonta a la llegada de las primeras traducciones francesas de algunos de sus sermones y del Credo. Se mencionaba su nombre en los seminarios, pero se notaba que su conocimiento era muy indirecto. En general era representado como el teólogo de la reacción antiliberal, que hablaba de Dios como del “totalmente otro” y que, se reconocía indulgentemente, si bien era la suya una voz profética, sin duda siendo una reacción había exagerado. Se le pagaba así un homenaje y luego se le dejaba de lado sin mayor lectura. Esta actitud dominaba en los círculos liberales. En los círculos fundamentalistas no se andaban con cortesía para sacarle de en medio. En una publicación bonaerense su nombre aparece condenado junto con otras herejías modernas como el “modernismo” y el “ecumenismo”. Claro está que se ignoraba completamente lo que se condenaba. Simplemente se le condena porque tal condenación ya había sido pronunciada en círculos fundamentalistas norteamericanos.
Si bien hombres de la talla de John Mackay, que en muchos sentidos puede ser considerado un teólogo sudamericano, conocían a fondo el pensamiento de Karl Barth, se pude afirmar que un interés serio en su obra comienza en los años de la última guerra mundial. Es desde entonces que su nombre suele estar en labios de los estudiantes de teología, y algunos artículos suyos y referencias a su pensamiento comienzan a aparecer con relativa frecuencia en periódicos eclesiásticos latinoamericanos. Hacia el fin de la guerra el incremento de contactos ecuménicos y el crecimiento del interés ecuménico en Latinoamérica misma producen una mayor posibilidad de conocer el pensamiento barthiano. El Movimiento Estudiantil Cristiano se convierte en uno de los canales por los cuales Barth se filtra en Latinoamérica.

Emilio E. Castro, “La situación teológica de Latinoamérica y la teología de Karl Barth”, Cuadernos teológicos, Nros. 18-19, 1956, pp. 9-10.
El autor es un teólogo metodista oriental, con una amplia trayectoria en el mundo ecuménico protestante, que llegó a ser Presidente del Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra. Estudió con Karl Barth en Basilea en 1953-54. Existe una biografía de su vida y obra: Manuel Quintero Pérez-Carlos Sintado, Pasión y compromiso con el Reino de Dios. El testimonio ecuménico de Emilio Castro, Buenos Aires: Kairós, 2007. En la obra se insertan varias fotografías. La que más me conmovió es una donde aparece junto al ex presidente de la Argentina, el Dr. Raúl Ricardo Alfonsín, durante su visita al Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra, en junio de 1987.
El autor cita a Vicente Fatone y su obra: La existencia humana y sus filósofos. Heidegger, Jaspers, Barth, Chestov, Berdiaeff, Zubiri, Marcel, Lavelle, Sartre, Abbagnano. Buenos Aires: Raigal. Fatone fue un destacado filósofo argentino. Recibió el doctorado honoris causa por la Universidad Nacional del Sur en Bahía Blanca, en 1962, ocho meses antes de su muerte.
AFR
Ramos Mejía, 14 de setiembre de 2010

viernes, 10 de septiembre de 2010

Las relaciones entre la Iglesia y el Estado según Karl Barth

En su Dogmática Eclesiástica, el volumen III/4 expone su pensamiento en relación a los problemas éticos planteados por la situación de la criatura humana: las relaciones con la creación, las relaciones entre el hombre y la mujer: casamiento, padres e hijos, pueblo y humanidad, respeto a la vida, problemas del trabajo, etc. Pero sin duda alguna, desde nuestro punto de vista, el trabajo más importante de Barth es su opúsculo titulado Comunidad cristiana y comunidad civil, que corresponde a 1946 y que es como una síntesis de todo su pensamiento acerca de la situación y el compromiso del cristiano en la sociedad y con la política.
En dicho trabajo Barth sitúa a la comunidad civil en su correcta perspectiva frente a la comunidad cristiana: es ésta la que comprende la verdadera necesidad de la comunidad civil. “Pues ella sabe que todos los hombres (cristianos y los no cristianos) tienen necesidad de “reyes”, es decir, de seres situados bajo un orden legal exterior, relativo y provisorio, protegido por una autoridad y un poder superiores. Ella sabe que la forma auténtica, original y definitiva de este orden será revelada en el Reino eterno de Dios y en la justicia eterna de su gracia”. La comunidad cristiana comprende la necesidad de la comunidad civil, porque sin un orden político no habría posibilidad de un orden cristiano.
Esto no representa una justificación tota de lo que hace el Estado; éste será sometido al juicio de Dios. La actividad del Estado debe estar al servicio de Dios (Rom. 13: 4), y la comunidad cristiana debe discernir cuándo y cómo el Estado cumple este servicio: de ninguna manera la Iglesia (como comunidad cristiana) puede asumir la actitud indiferente de un cristianismo apolítico. Frente al Estado la comunidad cristiana no debe perder su identidad de tal: tiene que anunciar la soberanía de Jesucristo y la esperanza del Reino de Dios que viene, y su consecuencia, del juicio de Dios para el Estado en la situación actual.

Julio de Santa Ana, “Algunas referencias teológicas actuales al sentido de la acción social” en Responsabilidad social del cristiano, Montevideo: ISAL, 1964, pp. 33-34
AFR
Ramos Mejía, 7 de setiembre de 2010

viernes, 3 de septiembre de 2010

Algunos recuerdos de Karl Barth. Escribe: Juan Stam

Cuando me presenté a Barth en 1961, y le dije que era de Costa Rica, Centroamérica, me dijo, "Ah, revoluciones, ¿verdad?". Le expliqué que en Costa Rica hemos tenido un gobierno estable, a lo que respondió, "Ah, volcanes y terremotos entonces, ¿verdad?". Le interesaban todos los países y estaba muy bien informado. Era muy enemigo del régimen de Francisco Franco.

Mis recuerdos son mayormente del coloquio inglés de Barth donde dialogaba con los estudiantes extranjeras (unos cien; tenia coloquios también en alemán y francés). Una vez un alumno comenzó su pregunta con: "Usted, como el teólogo más grande del siglo XX, ¿qué piensa de ...?"; Barth le respondió: "No hay teólogos grandes. Al pie de la cruz, todos somos párvulos" (en parte estaba citando a un autor de otro tiempo).

Barth tenía un maravilloso sentido de humor. En un coloquio donde conversábamos sobre la creación, un profesor norteamericano (según recuerdo) hizo una pregunta algo larga sobre los dinosaurios. Barth respondió que no tenían nada que ver con el tema bíblico y la teología de la creación. El norteamericano cuestionó la respuesta de Barth, como manera errada de relacionar ciencia y fe, y más adelante en el conversatorio, volvió a insistir en el tema de los dinosaurios. Evidentemente molesto, Barth exclamó, "¿Qué están haciendo todos estos dinosaurios en nuestra aula de teología? Me los saquen ya; llévenlos al zoológico donde deben estar".

Me tocó dirigir el coloquio y escogió un pasaje de la Dogmática que juntaban dos problemas gruesos: la predestinación y el juicio final. Hice un esfuerzo tremendo y Barth elogió el trabajo, aun dijo que no tenía respuestas para todos mis argumentos, pero me dijo que tenía una pregunta para comenzar. Me había basado fuertemente en San Juan 5:28-29, que los muertos saldrán de sus sepulcros a resurrección de vida o de condenación, pero no me había fijado bien en todo el texto, que dice "los que hicieron lo bueno" y "los que hicieron lo malo". Barth me preguntó con simpática malicia, "Dígame, señor Stam, ¿Usted ha hecho lo bueno?". ¡Me agarró fuera de base! Si digo que no, cae mi argumento o pierdo la salvación; si digo que sí, soy un fariseo soberbio y la salvación sería por obras. "Yo no", le contesté, "pero Cristo por mí". "Y sólo por usted", "No, por todos los que han puesto su fe en él". "Entonces", replicó él, "¿no sería salvación por las obras?"

Al final de la sesión, se acercó un alumno y le dijo "Ay, profesor, qué complicado esto, me duele la cabeza". Estuve sentado al lado de Barth, vi que señaló al estudiante con su dedo y le dijo, "Usted ha quitado sus ojos de Cristo. Cuando fijamos la mirada él, toda la teología es gozo porque es reflexión sobre la gracia de Dios". ¡Seguramente ese colega se lamentó de haber hecho ese comentario!

Una mañana estuve en la casa de Barth, y ese día Cullmann, desde el Concilio Vaticano en Roma, en vez de analizar el proceso conciliar envió a la prensa un fuerte ataque contra Bultmann. Le pregunté a Barth cómo le parecía ese artículo y respondió: "Yo también discrepo con Bultmann y he escrito contra su teología, pero Cullmann siempre tiene a Bultmann frente a sus ojos. Yo prefiero ver a Bultmann por un espejo retrovisor, y fijar mi mirada en Cristo".

Barth tenía una humildad muy propia de su condición. Cuando él disputaba con Agustín, Aquino, Lutero o Calvino, uno sentía que estaba presenciando un diálogo entre iguales. Pero a la vez no tenía pena en decir que no sabía algo o de pedir información. Más de una vez, preguntaba a los estudiantes alemanes, "¿Qué dice von Rad de eso?", etc. Recuerdo otra ocasión cuando estábamos enfrascados en un pasaje complicado, y Barth preguntó, "¿Cómo tradujo Bromiley eso al inglés?" Es mucha humildad que un autor famoso tome en cuenta su traductor como criterio de interpretación de su propio escrito.

Cuando regresé a nuestro Seminario en Costa Rica y me pidieron una charla sobre Barth, resumí mi impresión de su persona con tres palabras latinas: humanitas, humilitas, e hilaritas. Eso fue Karl Barth.

La personalidad de Barth era tan rica y creativa, se ha convertido en leyenda y sujeto de innumerables anécdotas apócrifos. Las historias, incluso éstas, crecen al ir contándose. Pero lo que cuento ahora son recuerdos que creen que son fieles. Sobre todo, son fieles a la personalidad del maestro.

Juan Stam
Teólogo estadounidense-costarricense