domingo, 19 de diciembre de 2010

El milagro de la Navidad según Karl Barth

La revelación de Dios es su realidad objetiva en la encarnación de la Palabra, en el hecho de que él, el único eterno Dios, es al mismo tiempo verdadero hombre semejante a nosotros. La revelación es su realidad objetiva en la persona de Jesucristo. …
“La encarnación de la Palabra” afirma la presencia de Dios en nuestro mundo como un miembro de este mundo, como Hombre entre los hombres. De ese modo, la revelación de Dios es para nosotros, y nuestra reconciliación es con Él. Que esta revelación y reconciliación ya han ocurrido es el contenido del mensaje de la Navidad. Pero aún en el mismo acto de conocer esta realidad y de oír el mensaje de la Navidad, nosotros tenemos que describir el encuentro de Dios y el mundo, de Dios y el hombre en la persona de Jesucristo –y no sólo el encuentro sino su llegar a ser uno con nosotros– como lo inconcebible.
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Cuando hablamos de conocer la encarnación de la Palabra, en la persona de Jesucristo estamos hablando de algo totalmente otro. Si el objeto de la cristología, “verdadero Dios y verdadero hombre” es objetivamente real para nosotros, entonces todo lo que podemos llegar por nuestra experiencia y nuestro pensamiento es la realización de que la experiencia y el pensamiento están delimitados, determinados y dominados por algo totalmente fuera y arriba de nosotros.
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Este es el misterio de la Navidad tal cual está indicado en la Escritura y en el dogma de la Iglesia con referencia al milagro de la Navidad. Este milagro es la concepción de Jesucristo por el Espíritu Santo o su nacimiento de la Virgen María.

Con éstos párrafos de la Church Dogmatics, I.2, pp. 172-173 deseo una muy feliz Navidad a todos nuestros lectores.

martes, 9 de noviembre de 2010

Vigencia de la Confesión de Barmen, por Richard Andrew

En mayo de 1934 la confesión del sínodo de las Iglesias Evangélica Confesantes reunido en Barmen acordó una respuesta confesional a los intentos de los “cristianos germanos” (Deutsche Christen), de llevar a las iglesias bajo el control y la influencia del Estado nazi. El centro del polémico y teológico texto que surgió allí, es decir, la Declaración de Barmen, escrita en su mayor extensión por el teólogo reformado suizo Karl Barth, descansa en su segunda tesis; una afirmación de que sólo Cristo es la única palabra de Dios que debe ser oída, confiada y obedecida en la Iglesia:
“Jesucristo, tal como está testificado a nosotros en la Santa Escritura es la única palabra de Dios que debemos oír, la cual debemos confiar y obedecer en la vida y en la muerte.”

Implícito en esta tesis, repetida por el mismo Barth en los años 1950 al comienzo del volumen IV/3.1 de la Church Dogmatics (CD IV/3.1, p. 3), es el rechazo de las fuentes de revelación fuera de Jesucristo que puedan servir como autoridades o normas para el testimonio de la Iglesia y la denuncia profética del totalitarismo; Barmen es una declaración de que la primaria fidelidad de la Iglesia es a Jesucristo y que todas las otras fidelidades, normas y autoridades deben ser juzgadas bajo esa luz.
La Declaración de Barmen ha llegado a simbolizar la liberación de la Iglesia para oír el Evangelio. Es, como Carl Braaten lo describe, una proclamación emancipatoria (Christian Dogmatics vol. 1, p. 52). (…) La Iglesia, con invariable regularidad, ha comprometido su testimonio a través de alianzas subrepticias y poco santas con agendas no teológicas. Barmen ha provisto un paradigma para posteriores respuestas a situaciones de crisis. Desde la resistencia que representó el nazismo y el rechazo de lealtad y adoración a cualquier otro que no sea el Señor resucitado, la Declaración de Barmen ha provisto inspiración a otras iglesias a través del mundo en la expresión confesional de oposición a la opresión, al menos en el documento Kairós en el cual los líderes de la Iglesia de Sudáfrica expresaron su oposición al apartheid y, más recientemente, la declaración de los cristianos palestinos.

Extracto de la ponencia: “Eavesdropping on the World: Interpreting Barmen throught the Secular Parables of the Kingdom”.
International Conference on Peace and Reconciliation, Seúl, Corea del Sur, 31 de octubre al 4 de noviembre de 2010.

El doctor Richard Andrew es director del Institute for Community Theology en York St. John University, Inglaterra.

jueves, 21 de octubre de 2010

La elección de Jesucristo según Karl Barth, por David L. Mueller

El párrafo crucial que sintetiza la doctrina cristocéntrica de la elección según Barth es la sección (de la Church Dogmatics) titulada: “La elección de Jesucristo”:
“La elección de la gracia es el eterno comienzo de todos los caminos y obras de Dios en Jesucristo. En Jesucristo su libre gracia determina a sí mismo para el hombre pecador y al hombre pecador para sí mismo. Por lo tanto, él toma sobre sí mismo el rechazo del hombre con todas sus consecuencias, y elige al hombre para que participe en su gloria.” (Church Dogmatics II/2, p. 94)
Basándose en la exégesis de Juan 1.1-2, Efesios 1.4ss. y otros pasajes relevantes del Nuevo Testamento, Barth desarrolla la doctrina de la elección. Su interés es mostrar que Jesucristo es eternamente uno con Dios en la unidad de la Deidad. Por lo tanto, él no está de acuerdo en discutir la elección de Dios aparte de Jesucristo quien es uno con Dios desde la eternidad. Barth declara:
“Por Él, Jesucristo y para Él y hacia él, es que el universo es creado como teatro de los deseos de Dios con el hombre y los deseos del hombre con Dios. El ser de Dios es Su ser y, del mismo modo, el ser del hombre es originalmente Su ser. No hay nada que no sea desde Él y por él y para Él. Él es la Palabra de Dios en cuya verdad todo está desplegado y cuya verdad no puede ser sobrepasada o condicionada por otra palabra.” (Church Dogmatics II/2, p. 94)
Esto nos conduce al corazón del punto de vista de Barth sobre la elección. En esencia, la elección se refiere a la decisión del triuno Dios para efectuar su propósito salvador en el mundo a través de Su palabra, el eterno Hijo de Dios.
“… Jesucristo es en sí mismo la elección divina de la gracia. Por esta razón Él es la palabra de Dios, el decreto de Dios y el principio de Dios. Él es el que todo lo incluye, comprendiendo absolutamente dentro de Él todas las cosas y cada cosa, incluyendo dentro de Sí la autonomía de todas las otras palabras, decretos y principios.” (Church Dogmatics II/2, P. 95).
Que la elección de Dios debe estar referida a Jesucristo debe ser comprendido en dos sentidos: primero, como verdadero Dios, Jesucristo es el sujeto que elige; en segundo lugar, Jesús es también verdadero hombre. Como tal, él es el hombre elegido a través de quien otros hombres son elegidos. Así, Jesucristo es el objeto de la elección tanto como el sujeto que elige.

David L. Mueller, Makers of the Modern Theological Mind, Karl Barth, Peabody: Hendrickson Publishers, 1972, pp. 100-101
Trad. Alberto F. Roldán
Ramos Mejía, 21 de octubre de 2010

jueves, 7 de octubre de 2010

De cómo dejé de ser calvinista - Eliana Valzura

“¿Y cómo fue, Eliana, que dejaste de ser calvinista?”, me preguntó mi estudiante más despierto, adivinando debajo de mi apasionamiento una postura que yo misma no estaba explicitando. No era una clase apologética, ni mucho menos una diatriba: hablábamos de los cinco puntos del calvinismo. Hablaba yo. Vehemente. Los vivía. Los actuaba. Los respiraba delante de ellos garabateando jeroglíficos continuos en el pizarrón para que se me entendiera su concatenación, su cadencia, su lógica interna. Mientras los desplegaba, sin nombrarlos, intentaba abrir ante sus ojos, de par en par, los agujeros negros, las grietas, o las amplias exclusas por donde se escapaban, gota a gota o a raudales, todas las lógicas teológicas posibles aplicadas a Dios.
Mis estudiantes me miraban. Mi estudiante salvadoreño de la pregunta me leía entrelíneas.
Provengo de una formación calvinista, y enseñé siempre teología sistemática y calvinista. Mi formación universitaria netamente estructuralista (y tal vez mi personalidad), forjaron en mí una pasión por el orden, la lógica y los sistemas, y de acuerdo con eso, siempre estuve convencida de que el calvinista era el sistema que respondía a todas las preguntas, que ensamblaba mejor todas las partes, y que ataba más prolijamente todos los “cabos sueltos” de los interrogantes teológicos. Creía entonces que la fe era un conjunto de certezas indubitables, y confiaba en la posibilidad de acceder a la verdad por esa vía. Pobre de mí. Me faltaban unas cuantas lecciones de teología práctica.
Toparme con la doctrina de la predestinación no era un problema por entonces: de entre la masa de predestinados al infierno, Dios, en su bondad, decidió escoger a algunos. Es como si yo supiera que va a explotar esta estufa, les dije a mis estudiantes ese día, y todos fuéramos a morir, y mereciéramos morir, pero yo, que tengo el poder de decidir, elijo a Fulano y a Mengano para salir del aula, porque soy buena… Nunca lo entendí, es verdad, pero me habían enseñado a no contender con Dios, y jamás me atreví a someterlo a revisión. Al fin de cuentas, ¡A mí me habían sacado del aula!
Quizás la experiencia existencial más fuerte que un ser humano pueda vivir, la de estar solo frente a la muerte, haya cambiado en mí para siempre la manera de ver la vida. Llegar a la puerta del lugar sin retorno le permite a una la posibilidad de relativizar todo al máximo, le permite a una la posibilidad de someter todo a prueba con la mayor osadía, porque más fuerte que la muerte no hay ningún trago. Y así me pasó, creo.
Mi encuentro con Karl Barth no fue amor a primera vista. Me acerqué con anteojeras, por supuesto. Del lado calvinista siempre se lo ve liberal.
Mi compañera de teologías, Aleandra Alcón, con quien comparto esta tarea apasionante de dejarnos interrogar permanentemente por la Palabra, para traducir en palabras escritas este diálogo, escribió para mí hace unos años un artículo sobre la predestinación en Karl Barth que daba justo en la médula de mis dudas nunca expuestas.
La vida, la muerte, el dolor, la existencia, simplemente la existencia, habían estado erosionando mis certezas heredadas. ¿Sobre qué se sostenían? Ya no tenía miedo a dudar. Dudaba porque tenía fe. Si no la tuviera, no dudaría.
Cuando mi estudiante me hizo aquella pregunta una tarde como esta, lo miré fijo, me senté en el escritorio, me saqué los anteojos, y me obligué a pensar en un cambio que no fue pensado, ni meditado, ni organizado, ni predestinado, ni premeditado. Simplemente sucedió.
Pensé unos segundos y respondí.
Calvino basó todo su sistema, organizó todo su edificio de pensamiento, partiendo de la idea de un Dios soberano. Su soberanía, por encima de cualquier otra cualidad que podamos atribuirle, es la que explica contundentemente a este Dios que elige, predestina, a salvación y a perdición, o que dicho de otro modo más suave escoge a algunos y pasa por alto a otros de acuerdo a sus santos designios.
Sin embargo, en un momento especial de mi propia vida personal, cuando la vida se volvió una dura pelea a punto de perderse, descubrí en mi propia carne que ese Dios soberano no me alcanzaba, me quedaba corto, me apretaba, no cubría mis necesidades existenciales más profundas, no llenaba los vacíos más hondos de mi alma.
Fue ahí, recién, imposibilitada y desnuda, consciente al fin de mi propia humanidad, que necesité a un Dios de amor y a un Dios de gracia que sobrepuja al Dios soberano.
Vino en mi auxilio Karl Barth.
En ese momento, creo, dejé de ser calvinista.

Eliana Valzura. Teóloga residente en Mar del Plata. Licenciada en letras. Candidata al Master of Theology (SATS/FIET).

viernes, 1 de octubre de 2010

Karl Barth y "El extraño nuevo mundo en la Biblia"

En el ensayo “The Strange New World Within the Bible”, que data de 1916, Barth expone su descubrimiento del mundo de la Biblia, como si fuese una revelación. Su pregunta inicial es: “¿Qué hay dentro de la Biblia? ¿Qué tipo de casa es aquella para la cual la Biblia es una puerta de acceso?” Barth hace un repaso sucinto de la historia bíblica comenzando con Abraham en Harán, pasando por Moisés en el desierto, el tabernáculo del joven Samuel, el profeta Elías para llegar al Nuevo Testamento, la pascua de resurrección y los énfasis de Pablo en la justicia de Dios y la nueva creación en Cristo. Finalmente responde su pregunta inicial diciendo: “dentro de la Biblia hay un extraño, Nuevo mundo, el mundo de Dios. Esta respuesta es la misma que tuvo el primer mártir, Esteban cuando dijo: Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios.” El nuevo mundo de la Biblia es el mundo de Dios. Barth invita a profundizar en su contenido y, a modo de ilustración dice: “En la Biblia hay un río que nos lleva, una vez que hemos confiado nuestro destino a ella, fuera de nosotros mismos, al mar. Las Sagradas Escrituras se interpretarán a sí mismas a pesar de todas nuestras limitaciones humanas.” Pero la Biblia es historia, historia pura vinculada a lo religioso y lo humano aunque su centro es Dios. La Biblia es, en otras palabras: “Un cuadro pleno de animación y color que se despliega ante todos los que se acercan a la Biblia con ojos abiertos.” El texto que comentamos es un testimonio del cambio que se produce en la vida de Barth al retornar a la Biblia para encontrar en ella una respuesta nueva a nuevas situaciones del mundo. De ahí que en uno de los párrafos finales del ensayo, Barth contrasta el antropocentrismo con el teísmo bíblico. Dice:
Nosotros hemos encontrado en la Biblia un nuevo mundo, Dios la soberanía de Dios, la gloria de Dios, el incomprensible amor de Dios. ¡No la historia del hombre sino la historia de Dios! ¡No las virtudes de los hombres sino las virtudes de él que nos ha llamado de las tinieblas a su maravillosa luz! ¡No los puntos de vista humanos sin el punto de vista de Dios!

Este descubrimiento del nuevo mundo de la Biblia es materializado con el comentario de Barth a la carta a los Romanos. Ese comentario marcó un hito en la historia de la teología cristiana en general y de la teología protestante en particular. Cuando Barth terminó la primera redacción del comentario no encontraba a alguien interesado en publicárselo. Al fin consiguió un editor que estuvo dispuesto a publicar unas mil copias. La obra produjo una verdadera revolución en el pensamiento teológico y filosófico.
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Estos párrafos son parte de un ensayo que sobre el círculo hermenéutico en Calvino y Barth, publicaré próximamente.
Alberto F. Roldán
Buenos Aires, 1 de octubre de 2010

sábado, 18 de septiembre de 2010

¿Qué está haciendo Dios en el mundo?

Hay una obvia pretensión en el intento de escribir acerca de “lo que Dios está haciendo en el mundo”. Tal pretensión podría ser apropiada en el mundo de “dioses y héroes”, pero no en el mundo del tiempo y el espacio y las cosas. Este análisis de lo que Está envuelto el pensamiento cristiano acerca de la ética, sin embargo, no pretende tener información revelada. No es por directa iluminación divina, sino por razón del carácter contextual de la actividad autoreveladora de Dios en la Iglesia, entendida dialécticamente, por lo que nos aventuramos a embarcarnos en las consideraciones de este capítulo. Will Rogers, celebrado humorista norteamericano del primer cuarto de este siglo, acostumbraba decir: "Todo lo que sé es lo que leo en los periódicos". Aspi también, todo lo que aquí se pretende sber sobre lo que Dios está haciendo en el mundo es lo que leemos en la Biblia así como "en los periódicos". La lectura de los periódicos puede o no requerir también la lectura de la Biblia. Pero por cierto una lectura perceptiva de la Biblia exige también la lectura de los periódicos. Contemporánea del dicho de Will Rogers es la observación del teólogo más celebrado de este siglo (Karl Barth) de que "aquien esté deseoso de entender la epístola a los Romanos, se le recomienda leer mucha literatura secular contemporánea ¡especialmente los períodicos!" (...)
¿Qué, pues, está haciendo Dios en el mundo? La respuesta a esta pregunta, hemos estado diciendo, se intenta fuera de la koinonía, pero sólo es sensible desde adentro de esta. Desde adentro de la kononía tiene sentido decir que lo que Dios está haciendo en el mundo es su voluntad. Tiene sentido, porque en la koinonía la voluntad de Dios no es un piadoso lugar común, sino una clara y concreta cuestión de política. En breve, “el Dios de la Iglesia” ‘es’ el Dios de la política.” (…)
Cuando decimos, pues, que Dios es un político, y que lo que está haciendo en el mundo es “hacer política”, tenemos en mente la definición aristotélica y la descripción bíblica de lo que está haciendo. Según la definición, podemos decir que política es la actividad y la reflexión sobre la actividad, que tiene a y analiza lo que cuesta hacer que la vida humana se mantenga humana en el mundo. (…)
Esta es la suma y sustancia de la política de Dios. La koinonía cristiana es la anticipación y la señal en el mundo de que Dios siempre ha estado y está haciendo contemporáneamente lo que es necesario para hacer y mantener humana, la vida humana. Esta es la voluntad de Dios, ‘como era en el principio, es ahora, y habrá de ser, eternamente’.”

Paul Lehmann, Extracto del artículo: “Qué está haciendo Dios en el mundo”, Cuadernos teológicos, Año X, Nro. 4, octubre-diciembre de 1961, pp. 243 ss. Son pocos los abordajes en los que se “define” la acción de Dios en la historia como una acción “política”. Aportamos este texto como un punto de partida para una reflexión sobre el tema, sobre todo porque en las últimas décadas en el ámbito evangélico latinoamericano, la “política” que clásicamente fue un ámbito poco abordado, no faltando quienes lo atribuían “al diablo” pasó a ser una esfera en la cual muchos quieren insertarse.
Lehmann fue un destacado teólogo protestante estadounidense que participó activamente en la política, oponiéndose al McCarthismo. Estudió con Reinhold Niebuhr y Karl Barth y fue amigo de Dietrich Bonhoeffer. Sus mayores contribuciones fueron en el campo de la ética contextual. El extracto del artículo es parte del capítulo III de su libro: La ética en el contexto cristiano, Montevideo: Editorial Alfa, 1968 cuyo título es en forma de pregunta: “¿Qué está haciendo Dios en el mundo?” En la versión de Cuadernos teológicos faltan los signos de interrogación.
AFR
Ramos Mejía, 18 de septiembre de 2010

martes, 14 de septiembre de 2010

La presencia de Karl Barth en Latinoamérica - Emilio Castro

Podemos y debemos distinguir entre dos presencias de Barth en Latinoamérica, la una de índole filosófica, la otra teológica. Miguel de Unamuno, el gran filósofo español, descubrió a Barth para el mundo hispánico, citándolo y poniendo así su nombre y algo de su pensamiento al alcance de nuestros intelectuales. Asimismo en España, en la Revista de Occidente, de gran circulación entre los medios universitarios latinoamericanos, publicó Ortega y Gasset algunos artículos sobre la persona y pensamiento de Barth. En Latinoamérica misma, la primera mención en idioma español la tenemos en la revista filosófica evangélica mejicana Luminar en el año 1938, donde se publica traducida del francés una polémica entre Blondel y Maury sobre la posición negativa de Barth en relación a la filosofía. Salvo las menciones de Unamuno, en quien se mezcla el hombre religioso, el teólogo y el filósofo, todas estas referencias a Barth se inclinan a considerarlo como parte de la reacción Kierkegaardiana contra el idealismo Hegeliano, es decir en su aspecto filosófico, en la aparente radicalidad de su negación de todo filosofar humano.
En los últimos años este aspecto ha venido a ser redescubierto en las universidades argentinas, en algunas de cuyas facultades se han dado conferencias sobre el pensamiento barthiano, si bien siempre con la dificultad de querer interpretar como filósofo a un teólogo. Al parecer quienes mejor lo entienden son los representantes del neotomismo, que lo conocen a través de las obras de Von Balthasar y Hamer. Sin embargo siempre existe la tendencia a colocarlo en la línea del existencialismo –sea éste teológico o filosófico. Tal es así (sic) que en 19454 aparece en Buenos Aires un libro del profesor Vicente Fatone, en el que Barth aparece en una misma línea junto a Heidegger, Sartre, Marcel y otros.
La presencia teológica de Barth se remonta a la llegada de las primeras traducciones francesas de algunos de sus sermones y del Credo. Se mencionaba su nombre en los seminarios, pero se notaba que su conocimiento era muy indirecto. En general era representado como el teólogo de la reacción antiliberal, que hablaba de Dios como del “totalmente otro” y que, se reconocía indulgentemente, si bien era la suya una voz profética, sin duda siendo una reacción había exagerado. Se le pagaba así un homenaje y luego se le dejaba de lado sin mayor lectura. Esta actitud dominaba en los círculos liberales. En los círculos fundamentalistas no se andaban con cortesía para sacarle de en medio. En una publicación bonaerense su nombre aparece condenado junto con otras herejías modernas como el “modernismo” y el “ecumenismo”. Claro está que se ignoraba completamente lo que se condenaba. Simplemente se le condena porque tal condenación ya había sido pronunciada en círculos fundamentalistas norteamericanos.
Si bien hombres de la talla de John Mackay, que en muchos sentidos puede ser considerado un teólogo sudamericano, conocían a fondo el pensamiento de Karl Barth, se pude afirmar que un interés serio en su obra comienza en los años de la última guerra mundial. Es desde entonces que su nombre suele estar en labios de los estudiantes de teología, y algunos artículos suyos y referencias a su pensamiento comienzan a aparecer con relativa frecuencia en periódicos eclesiásticos latinoamericanos. Hacia el fin de la guerra el incremento de contactos ecuménicos y el crecimiento del interés ecuménico en Latinoamérica misma producen una mayor posibilidad de conocer el pensamiento barthiano. El Movimiento Estudiantil Cristiano se convierte en uno de los canales por los cuales Barth se filtra en Latinoamérica.

Emilio E. Castro, “La situación teológica de Latinoamérica y la teología de Karl Barth”, Cuadernos teológicos, Nros. 18-19, 1956, pp. 9-10.
El autor es un teólogo metodista oriental, con una amplia trayectoria en el mundo ecuménico protestante, que llegó a ser Presidente del Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra. Estudió con Karl Barth en Basilea en 1953-54. Existe una biografía de su vida y obra: Manuel Quintero Pérez-Carlos Sintado, Pasión y compromiso con el Reino de Dios. El testimonio ecuménico de Emilio Castro, Buenos Aires: Kairós, 2007. En la obra se insertan varias fotografías. La que más me conmovió es una donde aparece junto al ex presidente de la Argentina, el Dr. Raúl Ricardo Alfonsín, durante su visita al Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra, en junio de 1987.
El autor cita a Vicente Fatone y su obra: La existencia humana y sus filósofos. Heidegger, Jaspers, Barth, Chestov, Berdiaeff, Zubiri, Marcel, Lavelle, Sartre, Abbagnano. Buenos Aires: Raigal. Fatone fue un destacado filósofo argentino. Recibió el doctorado honoris causa por la Universidad Nacional del Sur en Bahía Blanca, en 1962, ocho meses antes de su muerte.
AFR
Ramos Mejía, 14 de setiembre de 2010

viernes, 10 de septiembre de 2010

Las relaciones entre la Iglesia y el Estado según Karl Barth

En su Dogmática Eclesiástica, el volumen III/4 expone su pensamiento en relación a los problemas éticos planteados por la situación de la criatura humana: las relaciones con la creación, las relaciones entre el hombre y la mujer: casamiento, padres e hijos, pueblo y humanidad, respeto a la vida, problemas del trabajo, etc. Pero sin duda alguna, desde nuestro punto de vista, el trabajo más importante de Barth es su opúsculo titulado Comunidad cristiana y comunidad civil, que corresponde a 1946 y que es como una síntesis de todo su pensamiento acerca de la situación y el compromiso del cristiano en la sociedad y con la política.
En dicho trabajo Barth sitúa a la comunidad civil en su correcta perspectiva frente a la comunidad cristiana: es ésta la que comprende la verdadera necesidad de la comunidad civil. “Pues ella sabe que todos los hombres (cristianos y los no cristianos) tienen necesidad de “reyes”, es decir, de seres situados bajo un orden legal exterior, relativo y provisorio, protegido por una autoridad y un poder superiores. Ella sabe que la forma auténtica, original y definitiva de este orden será revelada en el Reino eterno de Dios y en la justicia eterna de su gracia”. La comunidad cristiana comprende la necesidad de la comunidad civil, porque sin un orden político no habría posibilidad de un orden cristiano.
Esto no representa una justificación tota de lo que hace el Estado; éste será sometido al juicio de Dios. La actividad del Estado debe estar al servicio de Dios (Rom. 13: 4), y la comunidad cristiana debe discernir cuándo y cómo el Estado cumple este servicio: de ninguna manera la Iglesia (como comunidad cristiana) puede asumir la actitud indiferente de un cristianismo apolítico. Frente al Estado la comunidad cristiana no debe perder su identidad de tal: tiene que anunciar la soberanía de Jesucristo y la esperanza del Reino de Dios que viene, y su consecuencia, del juicio de Dios para el Estado en la situación actual.

Julio de Santa Ana, “Algunas referencias teológicas actuales al sentido de la acción social” en Responsabilidad social del cristiano, Montevideo: ISAL, 1964, pp. 33-34
AFR
Ramos Mejía, 7 de setiembre de 2010

viernes, 3 de septiembre de 2010

Algunos recuerdos de Karl Barth. Escribe: Juan Stam

Cuando me presenté a Barth en 1961, y le dije que era de Costa Rica, Centroamérica, me dijo, "Ah, revoluciones, ¿verdad?". Le expliqué que en Costa Rica hemos tenido un gobierno estable, a lo que respondió, "Ah, volcanes y terremotos entonces, ¿verdad?". Le interesaban todos los países y estaba muy bien informado. Era muy enemigo del régimen de Francisco Franco.

Mis recuerdos son mayormente del coloquio inglés de Barth donde dialogaba con los estudiantes extranjeras (unos cien; tenia coloquios también en alemán y francés). Una vez un alumno comenzó su pregunta con: "Usted, como el teólogo más grande del siglo XX, ¿qué piensa de ...?"; Barth le respondió: "No hay teólogos grandes. Al pie de la cruz, todos somos párvulos" (en parte estaba citando a un autor de otro tiempo).

Barth tenía un maravilloso sentido de humor. En un coloquio donde conversábamos sobre la creación, un profesor norteamericano (según recuerdo) hizo una pregunta algo larga sobre los dinosaurios. Barth respondió que no tenían nada que ver con el tema bíblico y la teología de la creación. El norteamericano cuestionó la respuesta de Barth, como manera errada de relacionar ciencia y fe, y más adelante en el conversatorio, volvió a insistir en el tema de los dinosaurios. Evidentemente molesto, Barth exclamó, "¿Qué están haciendo todos estos dinosaurios en nuestra aula de teología? Me los saquen ya; llévenlos al zoológico donde deben estar".

Me tocó dirigir el coloquio y escogió un pasaje de la Dogmática que juntaban dos problemas gruesos: la predestinación y el juicio final. Hice un esfuerzo tremendo y Barth elogió el trabajo, aun dijo que no tenía respuestas para todos mis argumentos, pero me dijo que tenía una pregunta para comenzar. Me había basado fuertemente en San Juan 5:28-29, que los muertos saldrán de sus sepulcros a resurrección de vida o de condenación, pero no me había fijado bien en todo el texto, que dice "los que hicieron lo bueno" y "los que hicieron lo malo". Barth me preguntó con simpática malicia, "Dígame, señor Stam, ¿Usted ha hecho lo bueno?". ¡Me agarró fuera de base! Si digo que no, cae mi argumento o pierdo la salvación; si digo que sí, soy un fariseo soberbio y la salvación sería por obras. "Yo no", le contesté, "pero Cristo por mí". "Y sólo por usted", "No, por todos los que han puesto su fe en él". "Entonces", replicó él, "¿no sería salvación por las obras?"

Al final de la sesión, se acercó un alumno y le dijo "Ay, profesor, qué complicado esto, me duele la cabeza". Estuve sentado al lado de Barth, vi que señaló al estudiante con su dedo y le dijo, "Usted ha quitado sus ojos de Cristo. Cuando fijamos la mirada él, toda la teología es gozo porque es reflexión sobre la gracia de Dios". ¡Seguramente ese colega se lamentó de haber hecho ese comentario!

Una mañana estuve en la casa de Barth, y ese día Cullmann, desde el Concilio Vaticano en Roma, en vez de analizar el proceso conciliar envió a la prensa un fuerte ataque contra Bultmann. Le pregunté a Barth cómo le parecía ese artículo y respondió: "Yo también discrepo con Bultmann y he escrito contra su teología, pero Cullmann siempre tiene a Bultmann frente a sus ojos. Yo prefiero ver a Bultmann por un espejo retrovisor, y fijar mi mirada en Cristo".

Barth tenía una humildad muy propia de su condición. Cuando él disputaba con Agustín, Aquino, Lutero o Calvino, uno sentía que estaba presenciando un diálogo entre iguales. Pero a la vez no tenía pena en decir que no sabía algo o de pedir información. Más de una vez, preguntaba a los estudiantes alemanes, "¿Qué dice von Rad de eso?", etc. Recuerdo otra ocasión cuando estábamos enfrascados en un pasaje complicado, y Barth preguntó, "¿Cómo tradujo Bromiley eso al inglés?" Es mucha humildad que un autor famoso tome en cuenta su traductor como criterio de interpretación de su propio escrito.

Cuando regresé a nuestro Seminario en Costa Rica y me pidieron una charla sobre Barth, resumí mi impresión de su persona con tres palabras latinas: humanitas, humilitas, e hilaritas. Eso fue Karl Barth.

La personalidad de Barth era tan rica y creativa, se ha convertido en leyenda y sujeto de innumerables anécdotas apócrifos. Las historias, incluso éstas, crecen al ir contándose. Pero lo que cuento ahora son recuerdos que creen que son fieles. Sobre todo, son fieles a la personalidad del maestro.

Juan Stam
Teólogo estadounidense-costarricense

viernes, 27 de agosto de 2010

Carta de Karl Barth a Hans Küng

"Mi querido Hans Küng:
Me ha pedido usted unas palabras escritas sobre su libro, que de viva voz más de una vez hemos comentado. ¿Por qué no? Y si lo quiere incorporar a su libro, creará usted un verdadero novum, único, por cierto, en la literatura teológica -pero ¿por qué no hacerlo también así? De todas formas, en los últimos tiempos han sucedido bastantes cosas notables en el campo que antaño se llamaba 'teología de la controversia'. Y entre los acontecimientos en que pienso, este libro suyo consagrado a mi interpretación de la justificación es de tal manera memorable que estimo fructuoso manifestarme yo mismo en él con alguas líneas. ...
He de atestiguarle con gusto y agradecimiento no sólo el haber sabido recoger cuanto de esencial hubiera sobre el tema de la justificación en los diez volúmenes publicados de mi Kirchliche Dogmatik, habiéndolo interpretado correctamente, es decir, de acuerdo con mi pensamietno, sino el haberlo sacado hermosamente a la luz con una concisión en la exposición que no daña a la precisión en el detalle, sino con alusiones numerosas y hábiles a las relaciones más amplias."
Carta de Karl Barth, publicada en la obra de Hans Küng, La justificación por la fe según Karl Barth, Barcelona: Estela, 1967, p. xxi.
AFR
Buenos Aires, 27 de agosto de 2010

Ni antropocentrismo liberal ni ilusión pietista

"En el Comentario a la Epístola a los Romanos, Barth tiene que destruir el 'antropocentrismo' liberal o la fácil ilusión pietista, que creen poder hacer una ecuación entre Jesucristo y nuestros ideales o valores humanos, nuestras especulaciones o nuestra experiencia. Por eso Jesucristo es el 'no' de Dios, la 'frontera' infranqueable frente a la soberbia que nos lleva a 'endiosarnos', el 'extraño' que no se deja 'poseer' en nuestra experiencia, objetivar en nuestras fórmulas teológicas o poner al servicio de nuestros 'programas'. Pero es alteridad (ser el 'otro' que el hombre) es precisamente lo único que nos libera para vivir nuestra experiencia, articular nuetras reflexiones o emprender nuestros proyectos modestamente, sin soberbia ni gigantismo, a nuestra medida humana... y sobre todo sin desprecio o cinismo frente a los demás hombres que no comparten nuestra experiencia, teorías o programas."
José Míguez Bonino
En: Karl Barth, Introducción a la teología evangélica, Buenos Aires: La Aurora, 1986, p. 17
AFR
Buenos Aires, 27 de agosto de 2010

Algunas obras de Karl Barth en castellano

Bosquejo de dogmática, Buenos Aires: La Aurora, 1954
Comunidad civil y comunidad cristiana, Montevideo: ULAJE, 1967. Prólogo de Emilio Castro (Hay otra edición de la obra, traducida del alemán y publicada en Madrid por Fontanella-Marova, 1976).
La oración, Salamanca: Sígueme, 1969
La revelación como abolición de la religión, Madrid: Fontanella-Marova, 1973 (se trata de una sección de la Church Dogmatics).
Ensayos teológicos, Barcelona: Herder, 1978 (incluye el decisivo ensayo: "La humanidad de Dios")
Introducción a la teología evangélica, Buenos Aires: La Aurora, 1986. (Introducción de José Míguez Bonino)
La proclamación del Evangelio, Salamanca: Sígueme
Carta a los Romanos, Madrid: BAC, 1998 (la obra que produjo el giro copernicano en la teología cristiana del siglo XX. Hay también versao brasileira por Novo Século, de Sao Paulo).

Alberto F. Roldán
Buenos Aires, 27 de agosto de 2010

¿Barth en Latinoamérica?

El propósito de plantear la presencia de Karl Barth en América Latina radica en la importancia que su obra tuvo en las teologías forjadas en este continente. En efecto, algunos de los teólogos que marcaron rumbo en los escenarios teológicos latinoamericanos estudiaron con Barth o fueron influidos por su pensamiento. Entre otros, cabe nombrar a: Juan A. Mackay, teólogo presbiteriano escocés, radicado en Lima, Perú, quien conoció personalmente a Barth y reconoce la influencia que tuvo en su pensamiento. Entre los alumnos de Barth se pueden mencionar a: Emilio Castro, pastor y teólogo uruguayo, que estudió con Barth en Basilea y elabora un prólogo a la edición uruguaya del libro de Barth: Comunidad cristiana y comunidad civil; Rolando Gutiérrez-Cortes, pastor y teólogo centroamericano, ya fallecido y Juan Stam, teólogo estadounidense-costarricense, para quien el legado de Barth fue decisivo en su formación y producción. Finalmente, cabe mencionar a José Míguez Bonino, acaso el teólogo protestante más importante del siglo XX que, no nos consta haya estudiado con Barth pero evidencia en muchas de sus obras la influencia decisiva del teólogo reformado suizo.
En este blog intentamos recuperar la herencia barthiana, a partir de una premisa: su teología es, para nosotros, la alternativa entre el fundamentalismo y el liberalismo teológico. En otras palabras: el pensamiento de Barth nos permite dialogar con nuestro mundo a partir de la centralidad de Jesucristo sin tener que adoptar posiciones fundamentalistas ni liberales que consideramos, de alguna manera, superadas.

Alberto F. Roldán
Buenos Aires, 27  de agosto de 2010