viernes, 4 de marzo de 2011

UNA REIVINDICACIÓN DE LA TEOLOGIA - Leopoldo Cervantes-Ortiz





Nunca como ahora resulta tan necesaria una introducción a la teología como ¿Para qué sirve la teología?, de Alberto F. Roldán (Grand Rapids, Libros Desafío, 2011), porque en muchas iglesias latinoamericanas, desgraciadamente, sigue instalado el anti-intelectualismo que supone que estudiar seriamente la teología implica atribuir a la razón una superioridad innecesaria. Como si pensar la fe (o los contenidos de la misma) fuera una labor cuyos resultados atentan de antemano contra la espiritualidad o el crecimiento cristianos. Sorprendentemente, en un contexto europeo, adonde se supone habría menos rechazo a la teología, pensadores tan connotados como Karl Barth y Oscar Cullmann enfrentaron la misma oposición al “estudio creyente” de esta disciplina. De modo que la pertinencia del trabajo de Roldán resulta indiscutible en un ámbito eclesiástico tan precario en cuanto a textos de iniciación para estudiantes y cualquier persona preocupada por profundizar en los misterios de la fe cristiana. Las palabras del autor son elocuentes: “La perspectiva con que personalmente encaro la tarea de ‘teologizar’ implica, en su esencia, una actitud abierta a la reflexión, a la evaluación y a la revisión de los postulados. La teología, como pensamiento situado, significa una tarea siempre inacabada y abierta al futuro”. En la introducción, José Míguez Bonino destaca la creativa respuesta que Roldán ofrece a la pregunta del título de la obra y advierte sobre la necesidad de que las nuevas generaciones de estudiosos evangélicos tengan acceso a libros como éste.
Estamos, pues, ante un libro analítico, disfrutable y dialogante, que ofrece iluminadoras relaciones entre la teología y la misión-evangelización y otras áreas (pastoral, ética, apologética) y disciplinas, al mismo tiempo que traza puentes con la existencia real de la iglesia. Roldán practica el necesario e improrrogable diálogo con la preocupación evangelizadora. En ese contexto, una cita de Spurgeon es especialmente efectiva: “Sed bien instruidos en teología, y no hagáis caso del desprecio de los que se burlan de ella porque la ignoran. Muchos predicadores no son teólogos y de ello proceden los errores que cometen. En nada puede perjudicar al más dinámico evangelista el ser también un teólogo sano, y a menudo puede ser el medio que le salve de cometer enormes disparates”.
El autor sigue fielmente las lecciones de quienes no encuentran oposición entre teoría y práctica; su enfoque no olvida el diálogo cultural al ocuparse de la posmodernidad como problema-desafío inexcusable para el cristianismo contemporáneo. Continúa así, consecuentemente, la tradición protestante de atender apasionadamente los debates planteados a la teología por el pensamiento de todas las épocas.
El rigor metodológico no le resta intensidad a la discusión de los temas y se agradece muchísimo como cuando, en un par de capítulos, expone el desarrollo de la autoridad teológica y de la teología en América Latina. Partiendo de una comprensiva visión de la sequía de otras épocas en este campo, reconstruye (y reconoce) los pasos que se han dado para inculturar la reflexión en el ambiente eclesial latinoamericano, católico y protestante. No obstante, su equilibrado énfasis en el mundo evangélico será de especial utilidad para los lectores del continente pues sintetiza con precisión los avatares de la reflexión teológica en sus vertientes ligadas al movimiento Iglesia y Sociedad en América Latina (ISAL) y a la Fraternidad Teológica Latinoamericana.
Su tratamiento de la posmodernidad y de la teología de la prosperidad es un modelo de enjundia en cuanto a la valoración de la influencia ideológica (poco percibida) de aquélla en las iglesias neopentecostales. Aprovechando los análisis de estudiosos brasileños, Roldán se refiere a los aspectos en que estas iglesias han abandonado el legado bíblico y evangélico para despeñarse en la búsqueda del lucro. Estas tendencias las engloba en lo que denomina “mutaciones teológicas” dominadas por los paradigmas posmodernos de la prosperidad y el éxito, entendidos como las panaceas absolutas para el problema de la pobreza inveterada, esto es, como el cumplimiento del sueño ancestral por superarla. Su juicio es contundente: “La teología de la prosperidad no toma con suficiente realismo la existencia del mal y el sufrimiento en la experiencia humana”. Lleva a cabo algo similar con el modelo que llama “simplista”, casi omnipresente en muchas iglesias y denominaciones.
Un nuevo capítulo sobre los desafíos pluriculturales a la educación teológica, aludida continuamente en el resto de la obra, propone algunas pautas para desarrollar y profundizar la preparación de los nuevos pastores, donde las notas dominantes son el diálogo, la crítica y el respeto por la diferencia. Así concluye este volumen, de lectura obligatoria para cualquier persona preocupada por hacer presente el papel insustituible de la teología para la vida de las iglesias que deseen ser fieles al Evangelio de Jesucristo.