sábado, 30 de abril de 2011

El trabajo humano en perspectiva teológica - Alberto F. Roldán




La redención “es el corazón y el centro del trabajo de Dios y, por lo tanto, el verdadero y adecuado trabajo de Dios del cual Jesús habla de acuerdo a los dichos joaninos (Jn. 5.17): “Mi Padre hasta ahora trabaja y yo trabajo”, haciendo la voluntad de mi Padre” (Jn. 10.37). […] El trabajo divino en cuestión es la realización del pacto entre Dios y el ser humano, el logro de la reconciliación, anunciada en Israel y proclamada por la comunidad. Si hay buenas obras de parte del ser humano –y la Biblia dice que las hay– podemos establecer que ello es sólo en relación a la buena obra de Dios.”
Con estas palabras, el teólogo suizo Karl Barth relaciona al trabajo humano con el trabajo divino. La visión bíblica de Dios no es la de una especie de Motor inmóvil o una deidad que “duerme la siesta”. Es alguien que trabajó en la creación y sigue trabajando ya que, como bien señala Jürgen Moltmann, el trabajo divino en la creación no se agota en los “seis días” de Génesis 1, sino que hay creaciones que Dios sigue realizando en la historia. Desde la visión protestante, entendemos que sólo podemos interpretar adecuadamente el trabajo humano a partir del trabajo divino. En el núcleo de la antropología bíblica, la esencia humana está definida como “imagen de Dios”. En consecuencia, los seres humanos representamos a Dios en la tierra portando su imagen. Esa imagen, entre los muchos significados, implica que así como Dios es trabajador y Jesús fue carpintero en Nazaret, los seres humanos reflejamos esa imagen a través del trabajo.
El filósofo, historiador y teólogo mendocino Enrique D. Dussel, afirma que “Una Teología del trabajo es el punto de partida carnal o material de una ética comunitaria. Sin ella todo es abstracto e irreal. Por aquí debe comenzar toda reflexión concreta.”
Llama mucho la atención que en el inconsciente colectivo todavía subsista la idea de que el trabajo es castigo por el pecado. Ya lo decía Carlos Gardel en un famoso tango titulado “Haragán”: “Si encontrás al que inventó el laburo lo fajás”. Desde un ámbito mucho más ilustrado, el novelista y ensayista argentino Marcos Aguinis, también parece deslizar el mismo concepto cuando dice: “El Génesis, a mi juicio, es rotundo: señala el trabajo como castigo.” Hay aquí un error conceptual que no por generalizado deja de serlo. Es confundir o ignorar que antes que Génesis 3, obviamente, está Génesis 1 y 2. Si bien es cierto que en Génesis 3 se produce “la caída” lo cual va a producir fatiga e insatisfacción en el trabajo humano, Dios puso al ser humano en un huerto para que lo trabajara y lo embelleciera y no para “mirar las estrellas y pensar en Él.” En síntesis: por el trabajo humano ponemos de manifiesto en la historia que hemos sido creados a imagen de Dios, un Dios trabajador.
El 1 de mayo se celebra mundialmente el día del trabajo. La evocación surge de “los mártires de Chicago”. En 1886 un grupo de sindicalistas de vertiente anarquista fueron ejecutados en Chicago por reclamar la jornada laboral de 8 horas. Es a partir de ese hecho que en la gran mayoría de países del mundo se celebra el 1 de mayo como día internacional de los trabajadores. Llamativamente –o no– en los Estados Unidos de América, territorio donde se verificó el hecho, no se celebra el 1 de mayo como día de los trabajadores, sustituyéndolo por el Labor Day, que se celebra el primer lunes de setiembre.
Pero volviendo al tema del aporte protestante al trabajo, cabe recordar que en su famosa investigación –muchas veces mal leída– La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Max Weber pone énfasis en los aportes de Lutero y Calvino al tema del trabajo humano. Para Lutero, toda profesión es cristianamente dignificada sin importar si ella es eclesial o “secular”. Dice Weber:
“Lutero acepta no la superación de la moralidad terrena por la mediación del ascetismo monacal, sino, ciertamente, la observación en el mundo de los deberes que a cada cual obliga la posición que tiene en la vida, y que por ende viene a convertirse para él en ‘profesión’.”
Por su parte Juan Calvino desarrolló una teología del trabajo en la que destaca la bendición que el mismo significa, el rechazo de la ociosidad y la crítica a quienes niegan el trabajo al obrero. Dice:
“La bendición del Señor está sobre las manos del que trabaja; es cierto que la pereza y la ociosidad son maldecidas por Dios.” Y “Aun cuando recibimos nuestro sustento de la mano de Dios, él ordenó que trabajásemos. Si el trabajo es negado al hombre, su misma vida está comprometida.”
Unas palabras de conclusión: Es casi imposible en este limitado espacio tratar todas las cuestiones atinentes al trabajo humano. Cada vez más las sociedades han cosificado al trabajador y la trabajadora de modo que se torna en una especie de máquina o de objeto a usar y a descartar. En nombre de la “flexibilización laboral” se han cometido los más grandes atropellos al ser humano, tornándolo en un ser indefenso y sin poder echar raíces profundas en su trabajo, sumado a lo cual, también, debe sufrir salarios de hambre mientras sus empleadores se enriquecen a costa del alquiler de “la fuerza de trabajo”, único bien del obrero y la obrera.
Más allá de que las iglesias cristianas hagan oír su voz en contra de todo tipo de abusos en el terreno laboral, le cabe a ellas la enorme responsabilidad de vivir una ética de dignificación de los trabajadores y trabajadoras en los ámbitos eclesiales, educativos y sociales en los que tienen injerencia directa o indirecta. De nada valen los slogans de que la sociedad debe salarios justos a los que trabajan, si en el mismo seno de las instituciones “cristianas” la política salarial sigue por los mismos carriles. Porque de eso se trata: dejar de lado las ilusiones de que “el cambio social se producirá en forma directamente proporcional a la cantidad de convertidos” ya que, como bien ha demostrado Reinhold Niebuhr, la distinción entre conducta individual y conducta de grupos sociales, nacionales, raciales y económicos, “justifica y hace necesarias normas políticas que una ética puramente individualista debe siempre encontrar embarazosas.”

Alberto F. Roldán es doctor en teología por el Instituto Universitario Isedet y master en ciencias sociales y humanidades (filosofía política) por la Universidad Nacional de Quilmes.
www.teologos.com.ar
http://teologiapoliticaysociedad.blogspot.com/
Ramos Mejía, 29 de abril de 2011

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